¡SI, ME QUIERO CASAR!, es la frase que marca el inicio de una serie de planes entre dos personas que decidieron unir sus vidas y compartir juntos una nueva historia.
Entonces, surgen las preguntas que encaminan muchas acciones en el marco de una planificación.
¿Cómo nos gustaría que sea nuestra Boda? La respuesta es simple, como la soñamos. Eso implica que se requiere plasmar lo deseado intensamente en un conjunto de detalles que reflejan lo que somos, lo que nos gusta, lo que queremos compartir con los demás, en síntesis, poner un poco de todo, sumado a nuestra historia en común.
Cada pareja es única, tiene sus preferencias, valores, creencias, su propio enfoque de la familia y la amistad, todo ello hace la diferencia al momento de diseñar la celebración de su boda. Así nos encontramos frente a un «rompecabezas» que debe ser armado pieza a pieza para lograr luego esa satisfacción de decir… misión cumplida.
Colores, tonos, estilos, decoración, sabores, son parte de esa identidad y de las tendencias fusionadas con los gustos, los sueños de los novios y sus familias.
Es cuando surgen retos, producto de las decisiones, de colores intensos o monocromáticos, de día o de noche, con mucha o poca luz, en ambientes abiertos o salones cerrados, con estaciones de mesas saladas, comida fusión, con bebidas tradicionales o cocteles temáticos, con solemnidad o más informal.
Las respuestas y los planes deben ser cuidadosamente trabajados, articulados en un solo evento, con conocimiento, experiencia, profesionalidad, en ese sentido, el “feeling” que exista entre proveedores, equipo de organización y la pareja, será esencial.
Tener los mejores proveedores, trabajar de forma planificada, pero sobre todo, comprender el concepto y la personalidad de la boda, significa disminuir al máximo el margen de error.